La paradoja del agua en el norte de Chile
Cuando llegué en 2011 a la Región de Tarapacá, observaba muchas cosas que me extrañaban, que no entendía, y que me costaron años entender. Por ejemplo, oía de forma reiterada declaraciones alarmantes sobre la escasez de agua; afirmaciones como “estamos usando las últimas gotas de agua” o “en 5 años ya se habrán secado todas las napas, no quedará agua”. Estas afirmaciones no solamente las oía en boca de autoridades y personajes públicos, sino también se hacían eco de este discurso aterrador, tanto los medios de comunicación como los ciudadanos en general.
No podía entender este discurso por dos razones.
La primera es que, en la Región de Tarapacá, no había, y sigue sin haber, plantas de desalinización de agua como en regiones vecinas o en otros países desérticos. ¡Ni planta desalinizadora, ni otra alternativa para el suministro del agua! Toda el agua se extrae de las napas subterráneas del interior de la Región, principalmente de la Pampa del Tamarugal. Es más, no hay ningún reúso del agua residual. Al punto de que las áreas verdes se riegan con agua potable. Si realmente, la región estaba tan al borde del precipicio, algo se estaría haciendo, ¿no? ¿O acaso la solución era abandonar este territorio y reubicar a toda la población en otro lugar? Una solución que evidentemente no se planteaba.
La segunda razón era que, como hidrogeóloga y por mucho que observara lo que ocurría por debajo del suelo de Tarapacá, no veía ninguna situación de extrema escasez y/o desecación de las napas.
Después de 10 años de recorrer el territorio de Tarapacá y el norte de Chile, de estudiarlo y observarlo, puedo contestar a esa pregunta que siempre se me hacía:
– ¿Queda agua en la Región de Tarapacá?
– Sí, queda agua.
– ¿Cuánta?
– Mucha agua.
Esta respuesta siempre genera una reacción, como mínimo, de incredulidad en mis interlocutores, a veces casi de ofuscación. Es la respuesta que no se espera oír.
Pero ojo, el problema es si nos detenemos aquí, ya que es necesario hacerse una pregunta adicional:
– Esta agua, que dice usted que hay tanta: ¿es accesible para todos?
Y ahí es cuando se cae el cuento…
– No, el agua no es accesible para todos.
No hay igualdad de acceso al agua para todos y, cuando digo todos, incluyo a todos los seres vivos de este territorio que necesitan agua para vivir. Aquí está el punto clave: el acceso al agua, no la disponibilidad… incluso en uno de los desiertos más áridos del mundo.
Y para explicar por qué hay un problema de acceso, no voy a entrar en el tópico de temas legales, que es igualmente relevante, pero sólo abordaré características físicas del territorio en cuestión.
Primero hay que entender algunos puntos clave de la geología y geomorfología del norte de Chile para entender esa disponibilidad: los procesos geológicos en el norte de Chile han formado cuencas que llamamos endorreicas. ¿Qué quiere decir endorreica? Que el agua no sale de la cuenca de forma superficial. La salida principal es por evaporación.
¿Qué es lo que forma la base de esas cuencas? Una roca antigua, de edad superior a 40 millones de años. Y sobre esa roca, la erosión de la Cordillera ha ido depositando material que llamamos detrítico -es decir, que no es roca maciza o fracturada sino pequeños fragmentos de roca y sedimentos acumulados-. Este material ha ido rellenando estas cuencas alcanzando espesores de 300 a 500 m., o más. Desde hace miles de años, el agua de precipitación que cae sobre la cordillera se ha ido acumulando en los espacios vacíos entre granos y fragmentos de roca. Y aunque hace millones de años que el clima del norte de Chile es árido, hubo periodos más húmedos, en particular, hace unos 20 000 años, donde se llegaron a formar grandes lagos en la zona altiplánica entre Bolivia, Chile y Perú. En esas épocas, se acumuló mucha agua en estas cuencas endorreicas, y sigue acumulándose en la actualidad, aunque en menor cantidad.
Ahora bien, estamos en una zona árida. ¿Y qué es una zona árida? Es una zona en donde la evaporación es mucho mayor que las precipitaciones. Por lo tanto, casi no hay agua superficial y todos los seres vivos que comparten este territorio dependen del agua subterránea para su supervivencia. Por consiguiente, dependen del acceso al agua subterránea para vivir. Y esa dificultad no ha desalentado la vida, todo lo contrario: todas las áreas en donde el agua subterránea está a muy poca profundidad, es decir, que es accesible para la fauna, la flora y para el ser humano, se ha desarrollado la vida como vegas, bofedales, salares, bosques de Tamarugos, oasis… Los habitantes del territorio construyeron obras para acceder al agua subterránea como los socavones en Pica-Matilla, pozos excavados en la Pampa del Tamarugal, acequias, canales y diques en quebradas y en el Altiplano, etc.
Con el desarrollo de las últimas décadas, tanto de la población de las ciudades, como de actividades productivas intensivas, el modo de acceso al agua subterránea ha cambiado a pozos perforados profundos con bombas de extracción. La extracción del agua provoca, en torno a estos pozos profundos, la bajada del nivel de agua. Por ejemplo, en la Pampa del Tamarugal, en la Cuenca de Lagunilla o en el Salar de Pedernales, el nivel del agua ha bajado unos 10 a 30 metros en varias décadas. Y no son los únicos casos. Si consideramos que el espesor total de agua subterránea disponible es de 300 a 500 metros o más, podemos pensar que ese descenso es leve. Así que, no se acabó el agua, no se han desecado todas las napas subterráneas. No, las napas siguen allí. Los que tienen pozos muy profundos, es decir, los que tienen los recursos necesarios para ello, no ven el problema porque sus pozos tienen todavía más de 100 metros de agua disponible, y el nivel de agua subterránea ha bajado poco. Pero para los que tienen un pozo excavado de 10 ó 20 metros de profundidad, el pozo se ha secado. Y para la vega y el bofedal que tiene raíces de máximo medio metro de profundidad, significa su desecación y muerte. Es por ello que no todos tienen el mismo acceso al agua, a pesar de que está disponible.
Esto ha generado y sigue generando dos discursos distintos en torno a la existencia de agua: los grandes usuarios con un acceso casi ilimitado y los que no.
Esta situación no es única de la Región de Tarapacá, sino que es la situación de muchas cuencas endorreicas del Norte Grande de Chile y de todos los salares altoandinos con extracción intensiva de agua subterránea, principalmente para fines mineros.
La conclusión es clara y no deja lugar a dudas: en zona árida, cuando el nivel de agua subterránea es cercano a la superficie, no hay opciones para la extracción intensiva del agua, ya que el mínimo descenso será fatal para los frágiles ecosistemas y los habitantes del territorio.
Existen opciones en acuíferos más grandes, como en la Pampa del Tamarugal, ubicando las extracciones en zonas donde el nivel de la napa subterránea es más profundo (> 50 metros), es decir, alejado de las zonas con niveles someros: zonas que no sostienen vida en la superficie.
Para los salares altoandinos, sólo es posible buscar alternativas externas a las cuencas: desalinización, reúso, acuíferos profundos desconectados de la superficie, como por ejemplo en zonas fracturadas. Pero hay que ser conscientes que, por ser una actividad extractivista, ninguna alternativa tiene impacto cero. Y por definición, la minería, incluyendo la minería del agua, no es sustentable.
Elisabeth Lictevout
Hidrogeóloga
PhD en Ciencias del Agua
17 de junio 2021 – Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía